El escenario del siglo XXI enfrentado al fenómeno económico y financiero, llamado globalización, nos obliga a convivir con diversidad de procesos científicos y tecnológicos, enlazados planetariamente por las tecnologías de la información y la comunicación, (en adelante Tics), en donde “La enseñanza científica no puede dar cuenta por sí sola de los hechos tecnológicos y, por otro lado, la educación técnico manual circunscrita al espacio doméstico no permite dar un sentido o
significado a la tecnología” (La Porte, 2001:91). Es desde estas falencias como se justifica la incorporación de este subsector en los diferentes currículos, La Porte (2001:91) señala que “la teoría para la adopción de la Educación Tecnológica generalmente está basada en la noción de que vivimos en un mundo tecnológico.
Todo ciudadano necesita saber de tecnología, de manera que pueda utilizarla apropiadamente y tomar decisiones informadas sobre ella, en su beneficio y en el de la sociedad”. Aguayo, et al. (1998, pp. 4-8) sostienen que las principales influencias de todas las incorporaciones, de los países que han incluido esta teoría, son: en primer lugar, las que parten de la educación técnica, planteada por el filósofo Whitehead, luego, aquellas que parten de los trabajos del grupo Villa Falconieri Frascati (Italia), que la introduce de manera fundamental en la enseñanza secundaria como un instrumento operativo y de comunicación esencial de la sociedad moderna; en tercer lugar están las que se organizan desde la reunión de Sevres del
Consejo de Europa a finales de 1965, que hace consideraciones a los contenidos, metodologías didácticas y orientaciones de la tecnología; la cuarta influencia, el informe Porter del Reino Unido en 1967, refuerza el informe Crowther de 1959 extendiendo las enseñanzas a los centros de educación general en tres niveles: de 11 a 13 años, de 14 a 16 años y de 16 a 18 años.